Nueva visión del arte americano

Política y concepto

El influyente The New York Times elogia la muestra del Museo del Barrio consagrada al arte conceptual en Hispanoamérica con el título Arte no es vida. Actions by artists of the Americas

En diciembre de 1983, la artista conceptual argentina Marta Minujin y un grupo de colaboradores construyeron en Buenos Aires, en plena Avenida 9 de Julio, un modelo del Partenón en tamaño natural. Fuera de un andamiaje metálico, el resto, o casi, eran libros envueltos en plástico. Todos habían sido prohibidos por uno de los regímenes militares más opresivos de la historia argentina, cuyo desmantelamiento apenas si empezaba tras las primeras elecciones democráticas en una década. El Partenón de libros. Homenaje a la democracia se expuso por unas tres semanas. Luego, dejaron que el público lo desmontara y se llevara los libros.

Es una obra imponente, aun en las granulosas fotografías en blanco y negro. Se eleva por encima de las cabezas de la multitud que la rodea, como si esta fuera su propia Acrópolis. El solo ver la foto, leer el epígrafe y pensar que esos libros prohibidos volvieron a circular es, a la vez, instructivo y conmovedor.

Igual reacción provoca, quizá, buena parte de la exposición que ofrece El Museo del Barrio hasta el 18 de mayo. La montó Deborah Cullen, directora de los programas de curaduría. Su título es bilingüe: Arte no es vida. Actions by Artists of the Americas 1960-2000. Su contenido, muy interesante de por sí, abarca teatralizaciones y acciones efímeras de más de un centenar de artistas y grupos de América Central y América del Sur, que trabajaron en sus países de origen, en Estados Unidos o en Europa. Representa un gran avance en el conocimiento del arte conceptual latinoamericano. Algunos nombres nos resultan familiares: Ana Mendieta, Hélio Oiticica, Tania Bruguera, Alfredo Jaar, Coco Fusco y Eugenio Dittborn. La mayoría, no.

Hay muchos más documentos que obras, pero esto no es un reparo. En las secciones iniciales, predominan las fotos y videos en blanco y negro. Es, ante todo, un archivo, con la típica atmósfera de información densa y ordenada, imágenes misteriosas y nuevos datos e interpretaciones.

Abundan los ejemplos -la obra de Minujin es uno- de un feliz enlace, diríase automático, de la imaginación artística y la presión de los acontecimientos históricos. En distintas fechas y países, los movimientos de liberación de los años sesenta transformaron los impulsos vanguardistas. A menudo, aquellos corrían parejos con tendencias opresivas cada vez más fuertes que, aun siendo muy dolorosas, también alentaban la unión y el coraje.

La muestra sigue un orden cronológico, salpicado de grupos nacionales y dividido en secciones temáticas: "Precursores" (Minujin y otros artistas que trabajaron en París a comienzos de los años sesenta), "Cuestiones candentes", "Happenings", etcétera. Hay excepciones al flujo informativo. En "Destrucción", colgaron Hallazgo arqueológico Nº 21, un iracundo relieve mural de Raphael Montañez Ortiz, fundador y primer director del museo. Data de 1961 y, en realidad, es un sofá aplastado violentamente. A mitad de camino, encontramos la ampliación de un peine dorado, digno de Magritte, lleno de cabellos de igual color; es del brasilero Tunga y lleva fecha 1984 -1997.

Los objetos de arte proliferan en la última sección, dedicada a los años posteriores a 1990. En todas partes, los artistas tendían a incorporar a las estrategias conceptuales ciertas manifestaciones físicas duraderas. El gran final es un video en colores, a la vez increíble y fascinante: un verdadero circo de pulgas, equipado y entrenado por la colombiana María Fernanda Cardoso.

Las tensiones entre los impulsos liberadores y opresivos son más evidentes al principio de la muestra. Se trate de obras importantes o menores, profundas o cómicas, percibimos las embestidas constantes de los artistas contra la envoltura estética, social o legal. La excepción es, tal vez, Todos Estrellas, un grupo de artistas y críticos cubanos que, frustrados por las interferencias del régimen castrista, decidieron formar un equipo de béisbol. Las fotos muestran un partido jugado en 1989. "Fidel es adepto al béisbol", explica el cubano Noel Valentín, archivero del museo.

Cerca del sofá achatado de Ortiz, la violencia se vuelve más real o, al menos, más acotada en las fotos Paquetes sangrientos, del brasilero Artur Barrio. Esas vísceras de animales, empaquetadas en sábanas, causaron bastante consternación a fines de los sesenta, cuando Barrio las sembró por lugares públicos de reunión. Así, pero en zonas alejadas, arrojaban las fuerzas paramilitares del régimen los cuerpos mutilados de las víctimas de la tortura.

Más suave, aunque en cierto modo no menos elemental, era el horno tradicional construido por Víctor Grippo en una plaza de Buenos Aires, en 1972. Horneó pan y lo distribuyó, hasta que intervino la policía. Imagen de Caracas es un happening mucho más complejo: duró veinte días y fue clausurado por las autoridades municipales. Alojado en una carpa enorme, con imágenes proyectadas en pantallas elevadas, fue obra de decenas de artistas, actores, músicos y camarógrafos, con la supervisión del director teatral y cinematográfico (ahora pintor) Jacobo Borges. Sus fotos y videos proporcionan el momento más eufórico de la muestra.

Luego viene un solitario recorte periodístico: "Happening para un jabalí difunto". Su título recuerda la famosa representación de Joseph Beuys, Cómo explicar la pintura a una liebre muerta. El happening nunca se realizó. Fue una broma de los artistas argentinos Roberto Jacoby, Eduardo Costa y Raúl Escari. Lo ubicaron en la sección pertinente: "El medio es el mensaje".

La sección "¡Junta!¡No!" (sic) ofrece un ejemplo perturbador del arte en acción. Pertenece al Colectivo de Acciones de Arte (CADA), fundado en 1979, en plena dictadura de Pinochet, por los artistas chilenos Lotty Rosenfeld, Juan Castillo, Fernando Ballcells, Diamela Eltit y Raúl Zurita. Entre sus acciones documentadas, figura ¡Oh, Sudamérica! (1981). Seis avionetas, en formación militar, lanzaron 400.000 volantes sobre la ciudad de Santiago. Los volantes -vemos uno, roto- llevaban textos alentadores y creativos: "Cada individuo que trabaja por expandir el espacio de su vida (aunque sea el mental) es un artista".

En 1983, por las noches, CADA y otros colaboradores empezaron a escribir "No +" en las paredes de Santiago. La gente pronto empezó a llenar el espacio en blanco: "No + dictadura", "No + tortura", "No + desaparecidos". El eslógan adquirió un carácter emblemático. Hasta apareció en el tablero del Estadio Nacional, en 1990, durante la inauguración del gobierno de Patricio Aylwin, elegido democráticamente.

Se podría argüir que algunas actividades del CADA y otras obras expuestas rehúyen el calificativo de "artísticas". Son combinaciones harto efectivas de idealismo y activismo. Sin embargo, el título de la muestra parece prohibir tal fusión. El arte no es vida, en especial cuando la vida es terriblemente dura. Pero los artistas pueden iluminarla, aliviarla y, a veces, ayudar a cambiarla. Y el arte puede atribuirse con orgullo parte del mérito.

Por Roberta Smith
Nueva York, 2008


© The New York Times y LA NACION

(Traducción: Zoraida J. Valcárcel)

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