Definir lo indefinible

Por Iván de La Torre Amerighi
Al día que estamos y todavía queda espacio para ajustar definiciones de categorías de actuación artística como la performance, siempre en constante evolución, y hoy, ya emancipada de ciertas ataduras, revivida en su mestizaje y maridaje con otros medios expresivos como preámbulo, compendio, detonante o apéndice de éstos. Desde el punto de inflexión que supusieron los años setenta para el arte de acción, la performance -como trata de demostrarnos Margarita Aizpuru usando como medio propicio el discurso expositivo- no ha dejado de reinterpretarse bajo distintos parámetros, camuflada o travestida, recuperada como espíritu de confrontación y ruptura ante las auto-censuras creativas o las imposiciones mercantiles.

Cruces de caminos. Para una propuesta tan ambiciosa se ha seleccionado un amplio conjunto de obras de diversos artistas, unos con una contrastada trayectoria internacional, otros con bagaje nacional; unos más jóvenes, otros en plena madurez creativa y algunos ya históricos. Esta heterogeneidad, lejos de plantear confusiones, despliega bien el contexto en el cual en la actualidad se desarrolla la performance, un ámbito intergeneracional, multidisciplinar, experimental e internacional. De tal modo, espacio tras espacio, podremos acercarnos a las creaciones de Esther Ferrer, Bartolomé Ferrando, Yasumasa Morimura, Cindy Sherman, Dora García, Beth Moysés, Priscilla Monge, Teresa Serrano, Algovi, Paka Antúnez, Macarena Nieves Cáceres, Almengló, Ixone Sádaba, Javier Velasco, Sánchez Castillo y el Colectivo Mujeres Creando.

Juntos pero no revueltos. Si bien, en el texto, la comisaria reflexiona sobre una serie de agrupaciones conceptuales posibles, bien hiladas y desglosadas, en estas breves líneas dividiremos las piezas con mayor simpleza: entre aquellas acciones pensadas y finalizadas en sí mismas, en las que cualquier vestigio es tratado como testimonio documental y esas otras donde la acción forma parte de un proceso mayor que deriva en algo que en el nacimiento de la disciplina se trataba de sortear: resultados entendidos y condensados en objetos.

Contenedor de memoria. Cabe destacar los documentos que recogen la actividad de Esther Ferrer, que podrían ejemplificar bien ese núcleo histórico, donde la imagen resulta elemento subsidiario imprescindible para guardar la memoria de lo realizado. En otros casos, como los de Dora García, Javier Velasco o Priscilla Monge, la acción se produce por y para la captura de su desarrollo. En otro orden, no debemos olvidar el travestismo goyesco, tan apasionado e irónico como respetuoso, de Morimura, ni la conciencia de género que siempre emerge en cada intervención de la brasileña Beth Moysés.

De la vídeo-performance, sigue impactando años después La Piñata (2002), de la mexicana Teresa Serrano. La comprensión de la performance como campo expandido queda bien ejemplificada en dos jóvenes artistas españoles. Para Almengló, las acciones de la serie Manual del fracaso (1999-2000), en las cuales denuncia las fracturas de las sociedades del consumo que diluyen al individuo en el fluido de lo global, quedan fijadas por medio de la fotografía y son enmarcadas en unas esculturas-objeto que el público debe activar para devolverles el movimiento perdido durante el proceso. En las antípodas conceptuales de la performance clásica queda la magnífica serie Citerón (2002) de Ixone Sádaba. Escenas de una violencia visual implícita y explícita que indagan en la dualidad del yo, en las cuales los procesos performativos tienen lugar en la virtualidad del espacio digital.

http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=9066&num=836&sec=36

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