Meireles
Las instalaciones que exhibe el Macba son de las mejores que se han visto en Barcelona
Llàtzer Moix | 22/03/2009
Zero dollar es una pequeña obra de Cildo Meireles: un billete modificado que pretende no valer nada. Donde debía decir One dice Zero,y en el medallón reservado a George Washington aparece Uncle Sam. La pieza está fechada en 1978-84, pero resulta muy sugerente en estos tiempos de crisis. Es tan absurda que nos hace pensar. Zero dollar -y, también, Zero cruzeiro- puede verse en el Macba, donde se exhibe la muestra de Meireles procedente de la Tate Modern y coorganizada por ambos centros.
Este montaje reúne algunas de las principales obras del artista conceptual brasileño, premio Velázquez en el 2008. Entre ellas destacan varias instalaciones de enorme formato que lo tienen todo: intención crítica, empaque formal, originalidad, atractivo polisensorial e incluso misterio. Son de las mejores que se han visto en Barcelona. Lo cual quizás no sea mucho decir. Como toda técnica relativamente joven, la instalación ha padecido los rigores del ímpetu, el dogmatismo o la moda.
No así las de Meireles, que hablan un lenguaje artístico impactante, donde la sensualidad casa con la conciencia política, la poesía con los problemas de hoy, el relato plástico con el escenográfico, y lo ancestral con lo tecnológico. Desvío hacia el rojo (1967-84), por ejemplo, nos introduce en una sala atiborrada de mobiliario y gadgets teñidos de rojo. De entrada se asemeja a un divertimento asociable a las monocromías vanguardistas y al pop más festivo. Pero en seguida revela una faz inquietante, con lo que parece una gran mancha de sangre sobre el suelo y, en el último y muy oscuro tramo de la instalación, con un lavamanos del que mana un líquido similar. Se trata de un experimento visual y, de nuevo, de un acicate para la reflexión.
A través (1989-2007) es la mayor instalación de la muestra y lo más parecido a un campo de concentración que puede encontrarse en un museo de arte contemporáneo. Se dice pronto. Tras firmar un papel en el que exime a los organizadores de toda responsabilidad, el visitante penetra en un dédalo de alambradas, cortinajes más o menos velados y obstáculos varios, mientras camina sobre un mar de cristales rotos. La sensación de riesgo e indefensión, y la de pérdida de referencias, se apoderan del visitante, que probablemente salga de esta instalación incólume (si no se cae). Pero que difícilmente la abandonará sin sentir una sacudida anímica.
Cierra el recorrido Babel,una torre de radios sintonizadas en distintas estaciones, emitiendo simultáneamente. La bruma sonora resultante es ensordecedora e indescifrable. La pieza puede parecer una obviedad, pero en manos de Meireles expresa a la perfección uno de los excesos de nuestra época. Así es Meireles: una fuerza torrencial que nos habla en elocuente lengua propia. Una alegría similar, salvando las distancias, a la que supuso en su día el descubrimiento de William Kentridge.
No así las de Meireles, que hablan un lenguaje artístico impactante, donde la sensualidad casa con la conciencia política, la poesía con los problemas de hoy, el relato plástico con el escenográfico, y lo ancestral con lo tecnológico. Desvío hacia el rojo (1967-84), por ejemplo, nos introduce en una sala atiborrada de mobiliario y gadgets teñidos de rojo. De entrada se asemeja a un divertimento asociable a las monocromías vanguardistas y al pop más festivo. Pero en seguida revela una faz inquietante, con lo que parece una gran mancha de sangre sobre el suelo y, en el último y muy oscuro tramo de la instalación, con un lavamanos del que mana un líquido similar. Se trata de un experimento visual y, de nuevo, de un acicate para la reflexión.
A través (1989-2007) es la mayor instalación de la muestra y lo más parecido a un campo de concentración que puede encontrarse en un museo de arte contemporáneo. Se dice pronto. Tras firmar un papel en el que exime a los organizadores de toda responsabilidad, el visitante penetra en un dédalo de alambradas, cortinajes más o menos velados y obstáculos varios, mientras camina sobre un mar de cristales rotos. La sensación de riesgo e indefensión, y la de pérdida de referencias, se apoderan del visitante, que probablemente salga de esta instalación incólume (si no se cae). Pero que difícilmente la abandonará sin sentir una sacudida anímica.
Cierra el recorrido Babel,una torre de radios sintonizadas en distintas estaciones, emitiendo simultáneamente. La bruma sonora resultante es ensordecedora e indescifrable. La pieza puede parecer una obviedad, pero en manos de Meireles expresa a la perfección uno de los excesos de nuestra época. Así es Meireles: una fuerza torrencial que nos habla en elocuente lengua propia. Una alegría similar, salvando las distancias, a la que supuso en su día el descubrimiento de William Kentridge.
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