Fervor por la poesía



En su discurso de apertura de la Feria del Libro de Buenos Aires, el escritor Ricardo Piglia valorizó el género de la poesía. Ante una sala desbordada, los discursos celebraron el Premio Cervantes que el miércoles recibió el poeta Juan Gelman. El vicepresidente Julio Cobos representó al Gobierno y escuchó reclamos del mundo editorial.

Por: María Luján Picabea




El espacio del lector es el espacio de la poesía", fue la conclusión de Ricardo Piglia al cerrar su discurso de apertura de la 34ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Claro que ella llegó luego de una reiterada mención por parte de los oradores al Premio Cervantes que el poeta Juan Gelman recibió el miércoles en España, y de una exposición casi académica del autor de Respiración artificial sobre la lectura como acto social y político. Y sí, también hubo política en el acto inaugural tal vez porque como se encargó de señalar en detalle Piglia, "la poesía -sobre todo, la de Gelman y Lamborghini- ha dicho sobre este país cosas mucho más nítidas y a la vez mucho más elípticas que las cosas que han dicho los historiadores y los politólogos".


Poesía y política, y libros y Feria. Sí. Poesía, dijo Piglia, "porque permite a los lectores captar inmediatamente los amaneramientos de los discursos sociales y porque aquel que lee poesía está disponible a la significiación". Y política, tal vez, porque, como señaló el secretario de Cultura de la Nación, José Nun, "no hay posibilidad de ciudadanía plena, lejos del libro".


La Feria del Libro, que hoy es uno de los eventos culturales más importantes de América latina, no es casual -apuntó el jefe de Gobierno de la Ciudad, Mauricio Macri- que se dé en Buenos Aires. Y se dio la licencia de robar las palabras del peruano Mario Vargas Llosa para explicarlo "porque Buenos Aires tiene olor a libro".


Los aplausos coincidieron cuando se hizo mención a Gelman y cuando se ponderó a la educación como instrumento de equidad. Pero también hubo espacio para algunos reclamos, y los hizo Horacio García, el presidente de Fundación El Libro, que se refirió a la situación de algunas librerías que en los últimos tiempos se han visto obligadas a cerrar sus locales por el aumento feroz de los alquileres. Pero, apuntó: "Traigo estos temas no para opacar esta fiesta sino para que continúe para siempre".


La fiesta había empezado con los acordes del Himno interpretado por el grupo coral Voces Blancas, dirigido por Darío Lanis. Con acompañamiento de percusión y vientos, los mortales oímos el grito sagrado. Luego de ello, a modo de homenaje musical, el mismo conjunto hizo la milonga "Los hermanos" de Atahualpa Yupanqui, quien estaría cumpliendo cien años. Afuera, la Feria abría y cerraba otras conferencias, pero la Sala Hernández era sin duda aquel lugar donde todo estaba empezando con olor a rimas. El auditorio estaba colmado y también había quienes, ansiosos, desde fuera, seguían la inauguración desde pantallas gigantes.


Luego del repaso, casi al descuido, por las diversas actividades que tendrá la Feria y de traer una vez más a este escenario algunos de los problemas que enfrenta la industria del libro en la Argentina, García le pasó la palabra a Nun, quien intentó una respuesta recordando un proyecto de 2006, que no prosperó.


Con una sonrisa amplia, Macri tomó la posta de discursos festejando su primera participación formal en este encuentro e invitó a trabajar para que el espacio del lector sea cada rincón de Buenos Aires. Aplausos y el turno de Julio Cobos, vicepresidente de la Nación, que subió al escenario aclarando que él era el presidente del Senado, no de la Nación como lo acababa de nombrar la locutora. Sonrisas... Cristina Fernández de Kirchner, sólo había viajado a Misiones a inaugurar viviendas "donde los chicos tengan un lugar para vivir que también tiene que ver con la educación".


Cuando finalmente llegó el momento de escuchar a Piglia el auditorio se dispuso a las grandes revelaciones, a las grandes palabras del maestro. El, vestido de estricto negro y sin corbata, se quitó lo anteojos, los guardó en el bolsillo de su saco y comenzó por elogiar a los pequeños editores, esos que "sostienen la tradición de la literatura más allá de los avatares de la moda".


El narrador habló del espacio del lector como un espacio que bien puede ser público, o bien, como lo prefería Kafka, un aislado sótano. Pero admitió, hoy "ya no tiene nada de rito sagrado". Y si bien celebró el acceso que hoy permiten las nuevas tecnologías, aseguró que eso no cambia ni cambiará "el tiempo de la lectura que tiene que ver con lo corporal, con la postura y con el lenguaje. Pese a todo seguimos leyendo de la misma manera que en los tiempos de Aristóteles, porque la lectura no se puede acelerar".






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