El magnífico encuentro entre Henri Michaux y León Ferrari
Se inaugura el lunes, en la galería Mara-La Ruche, una muestra conjunta. Un díálogo inefable donde la palabra y la imagen buscan confluir.
Por: Alberto Giudici
El signo, con la carga ancestral del momento iniciático, los une. La caligrafía, menuda en León Ferrari, gestual en Henri Michaux, entabla en la Galería Jorge Mara-La Ruche, un diálogo inefable. Punto de encuentro de artistas que no se conocieron, pero que crearon un código secreto, de inviolable intimidad, con el que buscan cifrar sobre menudas hojas pliegues inapresables del ser.
Las 103 obras de ambos develan esa sintonía: un coro de voces, una música arcaica, "Un diálogo de signos", según la feliz denominación que Jorge Mara dio a este encuentro. Fue el propio galerista quien lo propició. "En 1993, en mi galería, había mostrado obra de Michaux, por entonces casi desconocido para el público", relata a Clarín. Solo que la Galería estaba entonces en la calle Jorge Juan 15, de Madrid.
Michaux, poeta y pintor belga nacionalizado francés, trotamundos incansable y marcado por un descontento esencial, era, sí, un artista de culto. Había prolijas ediciones de sus libros de prosa poética o poesía pura, hermética, que comenzó a publicar en 1923, a los 24 años, en París con Les rêves et la Jambe. Recorrió toda América latina, residió en Buenos Aires, viajó por Turquía, Italia, la India, China, Indonesia, Egipto, Marruecos, y nuevamente América: Chile, Brasil, Ecuador, Uruguay. Una y otra vez, casi hasta su muerte, en 1984. En todos lados quedaba la semilla de una veneración secreta. Todo es vértigo en Michaux. "Yo era una palabra que intentaba avanzar a la velocidad del pensamiento", escribía ya en 1927. Lacónico, los verbos en sus poemas adjetivan un estado de ánimo: Rompo / Pliego / Derramo / / Raspo / Obstruyo / Obnubilo // Soy el viento en el viento // Arruino / Desencajo / Descoloco / Trastorno /.Pero el mundo no lo satisface, ni lo satisfacen las representaciones de ese mundo apresadas en su poesía: quiere un océano sólido que sea desierto húmedo. La palabra le es insuficiente. Ese signo debe ser completado con otros signos. Los busca en la plástica. Prueba con alfabetos que no nombren a alfa, ni a beta. Necesita traspasar los límites. Necesita palpar el infinito. Como tantos de su generación, busca en las drogas abrir las compuertas de la percepción a otras latitudes. Consume mescalina y a partir de 1955 presenta sus primeros trabajos "mescalinianos", alguno de los cuales puede verse ahora en Buenos Aires.
Pasado el vendaval que dejó la muestra de León en Recoleta, en 2005, Jorge Mara sintió que había llegado el momento de reunir a Michaux y a Ferrari. Fue hace unos meses. La respuesta de León fue inmediata, entusiasta. Mara, prácticamente, hizo todo. Trajo de París medio centenar de obras de Michaux que por primera vez se exhibirán en el país. León le abrió sus carpetas con las cartas legendarias, cargadas de arabescos enrulados ya conocidos, y también muchos trabajos jamás vistos, como una serie acuarelas-textos de una delicadeza etérea, casi impresionista. Signos, sismógrafos, partituras, ideogramas, electros: caligrafía minuciosa, sin significado manifiesto pero que tiene que ver con toda la obra de León, como una codificación de su otra historia de artista militante. El martes, cuando la muestra estaba ya colgada, León llamó a la galería. Tímidamente, le preguntó a Mara si podía verla. Ya allí, deslumbrado, se toma su tiempo. Los jeroglifos de Michaux y Ferrari se cruzan. "Esta tinta es de Michaux, ¿no?". "No, León, es tuya". "¿Mía?". No puede creerlo. Mara buscó las sintonías, pero también las diferencias. Michaux tiene una gestualidad más violenta, aleatoria, cercana al action paintig, sobre todo en las tintas de gran tamaño. En León, el desorden es orden, la dispersión, convergencia.
Personalidades y destinos muy diferentes, algo más los une en este sorprendente, magnífico encuentro, que es todo un acontecimiento en nuestra ciudad. Iconoclastas, irreverentes, ambos circularon por los bordes del arte, ajenos al circuito formal y al mercado-patrón que pone un precio al genio. También esa libertad, esa no pertenencia, ese aura, se respira en la calle Paraná al 1100.
Las 103 obras de ambos develan esa sintonía: un coro de voces, una música arcaica, "Un diálogo de signos", según la feliz denominación que Jorge Mara dio a este encuentro. Fue el propio galerista quien lo propició. "En 1993, en mi galería, había mostrado obra de Michaux, por entonces casi desconocido para el público", relata a Clarín. Solo que la Galería estaba entonces en la calle Jorge Juan 15, de Madrid.
Michaux, poeta y pintor belga nacionalizado francés, trotamundos incansable y marcado por un descontento esencial, era, sí, un artista de culto. Había prolijas ediciones de sus libros de prosa poética o poesía pura, hermética, que comenzó a publicar en 1923, a los 24 años, en París con Les rêves et la Jambe. Recorrió toda América latina, residió en Buenos Aires, viajó por Turquía, Italia, la India, China, Indonesia, Egipto, Marruecos, y nuevamente América: Chile, Brasil, Ecuador, Uruguay. Una y otra vez, casi hasta su muerte, en 1984. En todos lados quedaba la semilla de una veneración secreta. Todo es vértigo en Michaux. "Yo era una palabra que intentaba avanzar a la velocidad del pensamiento", escribía ya en 1927. Lacónico, los verbos en sus poemas adjetivan un estado de ánimo: Rompo / Pliego / Derramo / / Raspo / Obstruyo / Obnubilo // Soy el viento en el viento // Arruino / Desencajo / Descoloco / Trastorno /.Pero el mundo no lo satisface, ni lo satisfacen las representaciones de ese mundo apresadas en su poesía: quiere un océano sólido que sea desierto húmedo. La palabra le es insuficiente. Ese signo debe ser completado con otros signos. Los busca en la plástica. Prueba con alfabetos que no nombren a alfa, ni a beta. Necesita traspasar los límites. Necesita palpar el infinito. Como tantos de su generación, busca en las drogas abrir las compuertas de la percepción a otras latitudes. Consume mescalina y a partir de 1955 presenta sus primeros trabajos "mescalinianos", alguno de los cuales puede verse ahora en Buenos Aires.
Pasado el vendaval que dejó la muestra de León en Recoleta, en 2005, Jorge Mara sintió que había llegado el momento de reunir a Michaux y a Ferrari. Fue hace unos meses. La respuesta de León fue inmediata, entusiasta. Mara, prácticamente, hizo todo. Trajo de París medio centenar de obras de Michaux que por primera vez se exhibirán en el país. León le abrió sus carpetas con las cartas legendarias, cargadas de arabescos enrulados ya conocidos, y también muchos trabajos jamás vistos, como una serie acuarelas-textos de una delicadeza etérea, casi impresionista. Signos, sismógrafos, partituras, ideogramas, electros: caligrafía minuciosa, sin significado manifiesto pero que tiene que ver con toda la obra de León, como una codificación de su otra historia de artista militante. El martes, cuando la muestra estaba ya colgada, León llamó a la galería. Tímidamente, le preguntó a Mara si podía verla. Ya allí, deslumbrado, se toma su tiempo. Los jeroglifos de Michaux y Ferrari se cruzan. "Esta tinta es de Michaux, ¿no?". "No, León, es tuya". "¿Mía?". No puede creerlo. Mara buscó las sintonías, pero también las diferencias. Michaux tiene una gestualidad más violenta, aleatoria, cercana al action paintig, sobre todo en las tintas de gran tamaño. En León, el desorden es orden, la dispersión, convergencia.
Personalidades y destinos muy diferentes, algo más los une en este sorprendente, magnífico encuentro, que es todo un acontecimiento en nuestra ciudad. Iconoclastas, irreverentes, ambos circularon por los bordes del arte, ajenos al circuito formal y al mercado-patrón que pone un precio al genio. También esa libertad, esa no pertenencia, ese aura, se respira en la calle Paraná al 1100.
El diálogo secreto de la palabra y la imagen
Vicente Muleiro
El poeta siempre se tienta con esa línea desbordada donde la palabra se desarma; o con un extraño volumen de tinta donde parece que no se dice nada aunque se esté dibujando otra cosa: aquella comezón que todavía no tiene un lenguaje. La lapicera se desliza para indagar en esa sensación extraña.
En el otro rincón, el artista plástico deglute palabras. Mientras reinventa el color, un monólogo acelerado lo perturba. En el descanso devora libros, poesía, después le pone a sus obras nombres que remedan versos: "Retrato de mujer con sombrero", "Mural a la orilla del sol".
Esta ida y vuelta entre lenguaje e imagen ha encontrado en más una ocasión cierta intención de síntesis. El poeta Hugo Padeletti la sigue provocando entre nosotros.
Con una desesperada vocación dual, Henri Michaux cultivó el dibujo y la poesía y se tentó con algo más: su misteriosa frontera indecisa.
León Ferrari, plástico pleno, también exploró esa vaporosa línea divisoria: el collage literario es una de sus marcas y, en vecindad con la potencia del ideograma, se tentó aún con la invención de un lenguaje completo.
La confluencia de ambos en una muestra es una ocurrencia creativa destinada a encaminarse como uno de los acontecimientos culturales de este año en Buenos Aires. Ambos comparten el impulso artístico de ordenar y desordenar el universo en el afán de devolverle una forma expresiva al desconcierto de la experiencia. Ambos habitan el inefable impulso de que esa forma diga algo que está callado. Ambos pretenden que las palabras, no solo a través de su significado, sino desde su pura materialidad, huyan de todas las cárceles.
En el otro rincón, el artista plástico deglute palabras. Mientras reinventa el color, un monólogo acelerado lo perturba. En el descanso devora libros, poesía, después le pone a sus obras nombres que remedan versos: "Retrato de mujer con sombrero", "Mural a la orilla del sol".
Esta ida y vuelta entre lenguaje e imagen ha encontrado en más una ocasión cierta intención de síntesis. El poeta Hugo Padeletti la sigue provocando entre nosotros.
Con una desesperada vocación dual, Henri Michaux cultivó el dibujo y la poesía y se tentó con algo más: su misteriosa frontera indecisa.
León Ferrari, plástico pleno, también exploró esa vaporosa línea divisoria: el collage literario es una de sus marcas y, en vecindad con la potencia del ideograma, se tentó aún con la invención de un lenguaje completo.
La confluencia de ambos en una muestra es una ocurrencia creativa destinada a encaminarse como uno de los acontecimientos culturales de este año en Buenos Aires. Ambos comparten el impulso artístico de ordenar y desordenar el universo en el afán de devolverle una forma expresiva al desconcierto de la experiencia. Ambos habitan el inefable impulso de que esa forma diga algo que está callado. Ambos pretenden que las palabras, no solo a través de su significado, sino desde su pura materialidad, huyan de todas las cárceles.
Agenda
Lugar: Jorge Mara-La Ruche. Paraná 11.33. Buenos Aires.
Fecha: Del 11 de mayo al 13 de junio.
Horario: Lunes a viernes de 11,30 a 13, 30 y de 15 a 19,30. Sábados de 11 a 13.
Entrada: Gratis.
Fecha: Del 11 de mayo al 13 de junio.
Horario: Lunes a viernes de 11,30 a 13, 30 y de 15 a 19,30. Sábados de 11 a 13.
Entrada: Gratis.
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