Posibilidades escultóricas
La presencia de la escultura ya crea un espacio, ya lo destruye. Al tiempo que estrena el lugar donde reposa, el museo desaparece tras la obra de Waltercio Caldas (Río de Janeiro, 1946). Hoy podemos hablar de algo que golpea contra el aire y las paredes blancas del edificio, invadido por más de cuarenta esculturas, o una sola, si el espectador se aleja lo suficiente.
Las salas y los corredores se van de escena y queda a la vista una sinfonía de formas irreconocibles, casi siempre leves aun formuladas en acero. No es posible nombrarlas, estamos ante materiales como el vidrio, la lana o el papel escenografiados desde otra plataforma de sentido, sin rastro de mensajes chillones o lamentos citacionistas. Aluminio, plástico o hierro limpio, las obras comunican el punto de vista del creador a través de su forma y su lugar. En el trabajo de Caldas es posible leer la Historia del Arte escrita desde la actividad, la práctica artística y el contacto personal con los materiales. Él señala que la Historia es la materia prima de su trabajo, y lo consigue sin citar o deformar la imagen de los personajes que nombra: Giotto, Thelonious Monk, Platón, Mondrian, Rilke... Con los hilos, los tubos de metacrilato y la piedra no fuerza el significado de los materiales, no les proporciona otra vida; existen en sus esculturas sin la violencia que en ocasiones genera el pensamiento sobre la materia inválida.
Portazos silenciosos. Las formas anónimas y las escasas figuras reconocibles implicadas en sus instalaciones se presentan como portazos silenciosos para el que quiera atrapar o aprehender su sentido, y una gran sonrisa a quien lo intente. Unos cuantos balones de mármol con una parte cortada, lisa, casi semiesferas, podrían estar firmes en el suelo, si el artista no hubiera dejado al descubierto la zona de apoyo estable. No sabemos si la cartela con el nombre de Escultura para todos los materiales no transparentes (1985) pertenece a las esferas giradas o a la pieza contigua. La sensación se acerca a la de caminar por un bosque con árboles, plantas y arbustos desconocidos.
Waltercio Caldas recuerda que su formación como pintor en Río de Janeiro le sirvió para «inventar una posibilidad para su actividad, un proyecto para sí mismo». Corrían los últimos años sesenta; fraguaba el clima oportuno de cambio, empuje y apuesta por nuevas creaciones; había que inventar posibilidades como fuera. Años de reconstrucción del país, y el momento oportuno para arrancar con un lenguaje propio, tomar decisiones y seguirlas. De aquel ambiente experimental en Brasil a las puertas de los setenta nacen proyectos tan diferentes como el de Cildo Meireles, Lygia Pape y otros artistas que aparecen al mismo tiempo que Brasilia, ciudad cuya silueta surgió de la nada, diseñada por el urbanista Lúcio Costa y el arquitecto Oscar Niemeyer. Las palabras de Waltercio Caldas ilustran aquel comienzo, la voluntad de construir su morada con plena confianza.
A la sensualidad de sus esculturas le sigue un desafiante silencio. Luis Camillo Osorio, crítico de arte y profesor de estética en la Universidad de Río, comenta sobre la obra de Caldas: «La provocación es importante, en la medida en que trastoca la comprensión, desorienta la identificación de la cosa vista, hace surgir una forma sin nombre, o sea, sin representación». Si intentamos descubrir el modus operandi de Waltercio Caldas, quizá el primer paso hacia la elaboración de su alfabeto haya comenzado con la definición de un objetivo troncal, tal vez, el de producir un sentido no común. Para lograrlo, aleja sus obras de cualquier impertinente especulación retórica; detrás de las estructuras metálicas se percibe la fabricación primera de un pensamiento sin relleno ni formas vacías. Obras inmóviles, como en reposo, apuntan a un movimiento excluido a la vista. Nada está quieto y nada se desplaza, como ocurre en Próximos, donde el artista no juega con paradojas o contradicciones, sino que salta por encima de ellas para elaborar un tiempo en el que las formas y los materiales duermen.
Traducir sin palabras. La dificultad para describir la obra de un creador surrealista, de sueños no figurativos, y tratar de acercarles a la retrospectiva del museo es tarea frustada de continuo; para decir sus esculturas es preciso dibujarlas. La resistencia de su trabajo a definirse por medio del lenguaje oral o escrito, tal vez pase desapercibida; transmitir o expresar el físico de sus esculturas nos enfrenta también al lenguaje. Con las manos vacías, Waltercio Caldas acertó con una lengua para pronunciar el espacio, un camino sin señalizar, una posibilidad por descubrir. Como un traductor que no encuentra editada ninguna gramática para la palabra que desea pronunciar, y debe hacerla visible.
Comentarios
quien nos la ofrece, en puridad, es siempre la mirada. La mirada da vida y ennoblece el objeto.
Un ignorante atrevido.
Salud y saludos.
Desde Galicia...