Perdón por hablar de arte
Obra de Ignasi Aballí en la Bienal de Venecia de 2007.
La creciente influencia mutua entre escritores y creadores plásticos supera la brecha entre ambos gremios
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS - Madrid - 24/10/2010
Hasta los 18 años, el escritor argentino César Aira, que ahora tiene 61, quería ser narrador, ensayista, poeta, Rimbaud y premio Nobel. Pero en 1967 descubrió a Marcel Duchamp y, de paso, "la inutilidad de escribir libros". A día de hoy lleva publicados más de 60 entre novelas, ensayos e híbridos. "Decidí ponerme el disfraz de escritor para no tener que explicarme", cuenta Aira, que acaba de publicar El error (Mondadori), un artefacto narrativo en el que conviven escultores, científicos, víctimas, asesinas, maridos, mujeres, cuadros que intentan "reproducir la técnica de un cuento", reflexiones sobre las ilustraciones de la Divina comedia y una constelación de objetos que "podrían pasar por arte".
La reproducción "ampliada en todas direcciones" de una obra en la que hubiera dejado de ser importante que exista o no. Algo así sería la literatura para el autor de Un episodio en la vida del pintor viajero. Con una charla que hasta el más duchampiano llamaría magistral, el escritor de Coronel Pringues participó esta semana en La Casa Encendida en el seminario Artescrituras,consagrado a los "cruces" entre arte y literatura.
Sin olvidar el irónico aviso de Paul Valéry en su ensayo sobre Degas -"Perdón por hablar de pintura"-, Javier Montes, crítico de arte y novelista -recientemente incluido en la listaGranta- ha sentado estos días a artistas como Ignasi Aballí, David Bestué, Marc Vives y Dora García al lado de narradores como Luis Magrinyà, Rodrigo Fresán o Álvaro Enrigue. En La Casa Encendida, además, puede verse todavía Habitación cerrada, de la propia Dora García, una pieza que, desde el título, la artista relaciona con un arquetipo clásico en los relatos cortos. Y con un texto en concreto: el Wakefield de Nathaniel Hawthorne, que narra cómo un hombre pasa 20 años espiando su propia casa después de hacerse pasar por desaparecido. "Me interesa", dice García, "la relación entre lo que se sabe, lo que se ve, lo que se da a entender y lo que se oculta".
Luis Magrinyà, por su parte, habla de su último libro, Habitación doble (Anagrama), como de una "instalación narrativa" que se completa con un corto dirigido por él mismo y que puede verse en YouTube. Dice el escritor que envidia a los artistas porque "la recepción del arte no está sujeta a modos de pensar decimonónicos. La recepción de la literatura, sí". Empezando por la "comodidad" de los géneros. Por eso reclama "la mirada del arte" sobre sus libros, en los que trata de cuestionar los elementos convencionales de la ficción literaria: "Desde la trama a los personajes, los diálogos o las descripciones". Además, siempre está ahí la pretensión de la literatura de romper la linealidad de la lectura para acercarse a la casi inalcanzable simultaneidad de la imagen. "El arte ha evolucionado mucho más", afirma Magrinyà. ¿Quiere eso decir que los artistas han asumido antes a Duchamp que los escritores a Joyce? "Es que también los escritores deberían asumir a Duchamp".
Como recuerda Javier Montes, la obra abierta es, desde las vanguardias, casi una tradición en el arte, pero en literatura "cuesta más". Muchos artistas actuales, entre tanto, trabajan con la narración y el tiempo a través del vídeo, la performance o instalaciones que, como algunas de Bestué y Vives, el visitante debe recorrer, es decir, leer. Respecto a las posibilidades de Internet para el diálogo entre escritura y arte, Montes es más escéptico: "No creo que la literatura tenga ahí sus mejores armas, porque se desintegra".
Cada vez hay, en efecto, más autores trabajando sin pensar en qué parte de la frontera están, empezando por el propio Aira y siguiendo por Paul Auster y Sophie Calle. Tanto el escritor estadounidense como la fotógrafa francesa forman parte de El juego del otro (Errata Naturae), un volumen inclasificable que reúne sus trabajos al lado de los de Jean Echenoz, Vila-Matas, Barry Gifford y Paul Klee. Son 200 páginas plagadas de agentes dobles.
Paulo Coelho en el museo
¿Por qué el arte contemporáneo tiene "enemigos militantes" y la literatura contemporánea no? ¿Porque aquel mueve más dinero? ¿Porque para juzgar un libro hay que leerlo? Para César Aira es tan difícil encontrar un contrincante como una respuesta. Javier Montes cuenta que fue un artículo publicado en 2006 en el que el escritor Julio Llamazares criticaba al MUSAC de León el que le llevó a buscar las "estrategias compartidas" entre artistas que hacen de la literatura una herramienta de su trabajo y escritores que hacen el camino inverso. Por más que las voces de autores "mucho más visibles, como Muñoz Molina o Vargas Llosa" sean las que -con sus críticas al infantilismo/efectismo/oportunismo de algunas obras- han marcado la aparente "brecha gremial" entre ambos mundos. "Lo peor", dice Montes, "es la sensación de enmienda a la totalidad del arte contemporáneo solo porque hay fenómenos que son ridículos. Se ha tomado la parte por el todo".
Para el escritor y crítico, que acaba de publicar la novela Segunda parte (Pre-Textos), generalizar es desinformar: "Igual que en literatura sabemos que Paulo Coelho o Ken Follett hacen lo que hacen y el suyo no se confunde con un trabajo literario serio, a Damien Hirst, Murakami o Jeff Koons, que son los paulos coelhos de las artes plásticas, se les toma por todo el arte contemporáneo. O se juzga Arco -que es una feria que está bien que exista, como existe la feria de Fráncfort, y no una exposición ni un proyecto intelectual- como si fuera una bienal".
Iván de la Nuez, ensayista y ex director del Centro de la Imagen de Barcelona, apunta en el mismo sentido en su reciente Inundaciones (Debate). Para él ridiculizar el arte contemporáneo usando ejemplos "frívolos" es tan "demagógico" como "evaluar el estado de la literatura contemporánea por la profusión de premios amañados o el plagio contumaz y demostrado de autores consagrados o simplemente famosos".
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