Arte en destrucción
Meritxell Mir | Basilea
Un buen día de 2001, Michael Landy decidió deshacerse de todo lo que poseía, incluyendo su coche, sus cuadros de reputados artistas y hasta su certificado de nacimiento. En total, 7.227 objetos. El resultado de aquel proceso catárquico es 'Breakdown', una videoinstalación en la que el artista británico expone el destrozo de todas sus pertenencias. Recuperarse de aquella experiencia le llevó casi cuatro años, pero le ayudó a demostrar cuánto depende hoy la sociedad de lo material.
Esta epitome del aniquilamiento es una de las obras que el Museo Tinguely de Basilea presenta en su recién estrenada exposición. Hasta el 23 de enero, una veintena de artistas exploran con sus trabajos el significado de la destrucción en el arte contemporáneo, utilizándola como medio de expresión, a veces burdo a veces poético y otras divertido.
La obra de mayor tamaño es la de Monika Bonvicini. Una superficie de poliestireno cubierta con una capa de yeso ocupa el suelo de los 1.000 m2 de la exposición. En algunos puntos, la artista 'ha olvidado' poner la espuma blanca consiguiendo que los pies del visitante se hundan, hagan agujeros y destrocen el firme, como un lago helado que se resquebraja a cada pisada.
En 'Enyesado' (1998) la artista italiana reflexiona sobre el consumo y el deterioro de la arquitectura con el uso. También es una crítica a los museos, a veces demasiado rígidos para mostrar obras tan complejas de instalar como la suya. El propio Jean Tinguely fue uno de los pioneros de la destrucción en el mundo del arte. En 1960, presentó 'Homenaje a Nueva York' en el Museo de Arte Moderno de la 'Gran Manzana'. El artista suizo creó un artilugio que se autodestruyó en 27 minutos en una única 'performance'. Fue su particular muestra de admiración a la energía de una ciudad que se reconstruye a sí misma constantemente.
Tinguely, como muchos artistas hoy, entendían esa destrucción como un paso previo a la creación. Pavel Büchler, además, la entiende como forma de transformación. En 'Pinturas modernas' (1999-2000), el artista checo presenta cinco cuadros hechos con los retales de unos lienzos comprados en un mercadillo y metidos en la lavadora.
Críticas veladas
Aunque muchas de las obras utilizan la espectacularidad y la cinética como reclamo, la mayoría esconde una profunda crítica contra la sociedad actual. Es el caso de 'Sin título (Máquina para producir pan con mermelada)' de Johannes Vogl. Esta pieza, una de las más admiradas y provocadoras de la muestra, está formada por una estrambótica máquina que produce sin parar tostadas con mermelada de fresa. El autor alemáncritica la sobreproducción y el consecuente derroche que se produce en nuestros días. Vogl quería también comprobar si la Ley de Murphy era acertada... y parece que, efectivamente, tenía razón.
La obra de Liz Larner, 'Destructor de esquinas' requiere la participación del espectador. Un poste gira en función de la velocidad escogida y va destrozando las paredes (reales) del museo, en una clara crítica desde dentro al elitismo de las instituciones culturales.
La aproximación a la destrucción de Ariel Orozco es mucho más metafísica y se refiere a la deliberada falta de esfuerzo. En 'Doble Desgaste' (2005), el artista cubano fotografía una acción de forma repetida: retrata la misma goma de borrar con la que va borrando su propio dibujo hasta que, al final, ya no queda nada más que pintar.
La exposición acaba con una bomba que explotará en 2114, un siglo después de haber sido producida. Si el artefacto es real o no es lo de menos, lo que importa es su potencial de devastación. El mensaje de Kris Martin es claro: "La destrucción continuará en el arte y en todo lo demás".
Comentarios
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