Tender cables hacia lo electrónico

Por José Manuel Costa


A estas alturas del nuevo milenio, parecería un poco extravagante imaginar las artes sin electricidad. Si hablamos de música o arquitectura, no resulta complicado: es imposible. Y si nos referimos a las artes visuales, prácticamente. No es cosa de ponerse en plan talibán anunciando por enésima vez la muerte de la pintura o la escultura. Esa discusión aburre a las ovejas y, además de simplista, se ve continuamente desmentida por esa persistente magia del pigmento sobre una superficie plana. Así pues, mejor es pasar directamente a lo positivo y aceptar sin más que, tras más de un siglo eléctrico, las artes visuales no han permanecido al margen de algo que impregna nuestra cotidianeidad. De hecho, las prácticas artísticas que incluyen esa utilización de la electricidad se remontan a principios del siglo XX, y hoy no pueden estar ausentes en cualquier feria, bienal o exposición colectiva que se precie.

Una biblia al respecto. Este es el foco de Art and electronic media, recién editado -en inglés- por Phaidon, un libro de amplio formato (25 x 27 cms.) que muy probablemente venga para convertirse en una de las biblias sobre el tema. Hasta el momento, y a pesar de su tradición, los manuales, libros y muchas exposiciones sobre nuevas prácticas en relación con nuevas tecnologías han tendido a ser de tipo heurístico. El repaso comenzaba con Duchamp, continuaba en el taller de metal de la Bauhaus y seguía hasta Carsten Nicolai y Ryoji Ikeda, o lo más último del momento. Este enfoque descriptivo en el tiempo podía considerarse normal hasta cierto punto: el ninguneo de estas prácticas en un discurso artístico dominado hasta bien entrados los años 80 por la pintura hacía casi necesaria una legitimación histórica que demostrara cómo dichos trabajos no eran una ocurrencia insustancial, sino algo anclado incluso en las llamadas vanguardias.

Esta aproximación, todavía necesaria, ya no es suficiente. La aparición acelerada de nuevas tecnologías/técnicas apenas permitía establecer una clasificación antes de que ésta se viera desbordada por nuevos gadgets y propuestas. Pero esa confusión inicial ya fue superada, y ahora no puede concebirse una perspectiva sobre el tema sin una cierta taxonomía que ayude a desbrozar el terreno. Y no sólo eso: se hace igualmente necesaria una aportación teórica seria en forma de textos críticos, reflexiones o ensayos.

Nuevas premisas. Ésta no es una labor sencilla. Las nuevas tecnologías introducen en la mayoría de los casos un elemento nuevo: el de tiempo/movimiento. Y con ellos se incorporan a la percepción materiales como el sonido, el efecto de la latencia retiniana, tecnologías que incluyen desde lo mecánico a lo digital? No es fácil trazar líneas en trabajos de suyo interdisciplinares.

Edward E. Shenken trata de conjugar lo mejor de todos los mundos. En su largo ensayo de apertura sigue una doble línea: presentar campos de acción ya bastante afirmados en la práctica y buscar en ellos recorridos temporales significativos.

En términos generales tiene éxito. Aunque esos campos de acción reciban a veces nombres tan polisémicos como «Movimiento, duración, iluminación», «Forma codificada y producción electrónica», «Entornos cargados», «Redes, vigilancia, participación cultural», «Simulaciones y simulacros», «Cuerpos, sustituciones, sistemas emergentes» y «Exposiciones, instituciones, comunidades, colaboraciones», no dejan de ser una orientación y permiten entender por dónde van los tiros. Las explicaciones huyen de la mirada al ombligo del arte y, lógicamente, se extienden a otros campos del conocimiento y del pensamiento humanos, desde la ciencia experimental hasta la filosofía pura.

Tras esto se encuentra una bien escogida y generosa galería de imágenes que incluye a casi todo artista significativo desde Moholy Nagi hasta Eduardo Kac, uno de los pioneros del bio-arte. Cada imagen, con un explicación breve pero en su punto.

Los no invitados. ¿Hay ausencias? Naturalmente. Pero un libro de este tipo no puede ser enciclopédico. La situación es aún efervescente y sería pretencioso establecer un canon o un Olimpo de artistas definitivos. Aunque algunos hay, y un Otto Piene (luz) es tan clásico como David Em (ilustración digital), Dan Flavin (el fluorescente), Nam June Paik (el video), Rebecca Allen (la animación digital), Dan Graham (el reflejo), Marcel.li Antúnez (la performance), Julia Scher (vigilancia)? El libro se cierra con un fino detalle: una larga lista de textos históricos y fundamentales, que, en algunos casos, no son tan fáciles de encontrar.

Art and electronic media tiene muchas virtudes. Es seguro que dentro de unos años habrá otras novedades e incorporaciones de nuevas avenidas ahora en el olvido o en el subterráneo, pero, en lo fundamental, las bases que aquí se presentan son bastante sólidas porque significan hitos ya reconocidos y reconocibles. Aún manteniendo la excitación añadida que produce asistir a lo que sigue naciendo.






http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=11763&num=897&sec=36

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