Messiaen, Vidrieras y Pájaros

Por Juan Manuel Viana


Considerado durante años, especialmente los que rodearon la Segunda Guerra Mundial y marcaron el comienzo de su febril actividad creadora, como un compositor casi marginal, hoy parece fuera de toda duda que Olivier Messiaen es, muy probablemente, la mayor personalidad de la música francesa desde Claude Debussy y uno de los grandes músicos del siglo XX. El hermoso título de una de sus últimas obras instrumentales, Un vitrail et des oiseaux (1986), para piano, vientos y percusión, resume a la perfección la estética de un legado musical extremadamente original: un luminoso edificio sonoro de proporciones colosales construido sobre dos pilares fundamentales: la religión católica y el canto de los pájaros.

Francés de las montañas. Nacido en Avignon un 10 de diciembre de 1908, hijo de la poetisa Cécile Sauvage, a quien llamará «la Dama de mis pensamientos», Messiaen pasa su infancia en la región de Grenoble. Allí, en estrecho contacto con la Naturaleza, este «francés de las montañas», como le gustaba denominarse, experimenta la simbiosis de sus dos más poderosas impresiones sensoriales: el sonido y el color. Residente en París desde 1919, recibe con provecho las enseñanzas de tres grandísimos maestros. A Maurice Emmanuel le debe el descubrimiento de la extraordinaria riqueza de la modalidad y de la métrica griega; con Marcel Dupré, el más fabuloso organista-improvisador de su época, entra en estrecho contacto con el que será su instrumento de trabajo cotidiano en décadas sucesivas; Paul Dukas, a quien profesa gran afecto, le enseña composición y orquestación, al tiempo que le aconseja: «Escuchad a los pájaros; son grandes maestros».

En 1931, con tan sólo veintitrés años, Messiaen es nombrado titular del gran órgano Cavaillé-Coll de la iglesia de la Sainte-Trinité en París. «Pasaba casualmente delante de la Trinité y entré con la absurda idea de calentarme. Me quedé clavada en el sitio: unos estallidos extraordinarios llegaban desde el órgano. Los pájaros del mundo entero habían penetrado por las torres de la Trinité y ofrecían aquel día un extraño concierto de gritos mezclados con aleteos barridos por una tempestad. [?] Estaba conmovida». La reveladora evocación de Denise Tual, impulsora de los conciertos de la Pléiade, creados en 1943 como respuesta a la prohibición de los ocupantes alemanes de tocar obras inéditas de músicos franceses en las salas de conciertos -y que encargará a Messiaen las Visiones del Amén que el músico y su alumna y futura esposa, Yvonne Loriod, estrenan ese mismo año-, nos recuerda que en esa tribuna, que ocupa de por vida y representa para él una forma de apostolado, Messiaen experimenta de primera mano sus investigaciones sobre la armonía, el ritmo y la expresión, desembarazando la escritura del instrumento de las peores tradiciones posrománticas así como del neobarroquismo en boga durante su primera etapa creadora.

Magisterio pianístico. A El banquete celeste (1928), su primera obra publicada, se sumarán La Ascensión (1933-34), ejemplo de lo que el músico pudo llamar «una música verdadera, es decir espiritual», y colecciones monumentales como La Natividad del Señor (1935), que sistematiza el empleo de los «modos de transposiciones limitadas» y los ritmos inspirados en los déci-tâlas de la música clásica del Norte de la India, que Messiaen consideraba como «la cumbre de la creación rítmica hindú y humana»; Los cuerpos gloriosos (1939); la Misa de Pentecostés (1949-50), obra «casi sensual, de colores vivos» según Thiry; el audaz Libro de órgano (1951); las Meditaciones sobre el Misterio de la Santísima Trinidad (1969) o el ciclópeo Libro del Santo Sacramento (1984-86), su testamento organístico, inspirado en la presencia de Cristo en el sacramento de la Eucaristía, en el que Messiaen cita los cantos de los pájaros que, según los Evangelios, pudo haber escuchado Jesucristo en Jerusalén, Cafarnaún o Jericó.

Si el catálogo organístico de Messiaen carece de rival en todo el siglo XX -el repertorio de vanguardia (Ligeti, Kagel, Ferneyhough, Radulescu) sería impensable sin su magisterio-, su inmensa obra para piano puede considerarse crucial en la evolución del instrumento, tras los legados trascendentales de Debussy y Bartók. Excelente pianista -que, a decir de los que le escucharon, tocaba los Preludios de Debussy como nadie-, Messiaen elabora en esta parcela de su producción una personalísima síntesis del gran piano romántico y posromántico (Chopin, Liszt, Albéniz, cuya Iberia adoraba) y del moderno (Debussy, Ravel, Bartók, Stravinski).

La coloración orquestal del instrumento y la indagación tímbrica, la utilización simultánea de los registros extremos y la individualización de cada registro, los racimos de acordes y la «escritura exacerbada» son algunas de las principales innovaciones que la escritura de Messiaen aporta al piano, para el que escribe alguna de sus más admirables obras maestras. Las siete Visiones del Amén (1943), para dos pianos, recupera la inspiración teológica de sus ciclos de órgano prebélicos. Los sonidos de campanas y los cantos de pájaros se mezclan en el seno de una escritura profusa, de sonoridades casi orquestales y gran inventiva rítmica que introduce por vez primera la noción de un tema cíclico que confiere unidad a la obra.

En las Veinte miradas al niño Jesús (1944), vasto ciclo de más de horas de duración e integrado por casi dos mil compases, Messiaen adopta una escritura de virtuosismo extremo, un «lenguaje de amor a la vez variado, poderoso y tierno, a veces brutal, de disposiciones multicolores»; un auténtico compendio de pianismo contemporáneo del que habrán de servirse desde Boulez (que admirará sobremanera la ciclópea fuga de la sexta pieza, Par Lui tou a été fait), Barraqué y Stockhausen hasta Murail, Dillon y Lindberg. Imposible sustraerse a la embriaguez extática de la decimoquinta mirada, Le Baiser de l?Enfant-Jésus, equivalente pianístico del Jardín del sueño de amor de la Sinfonía «Turangalîla».

Sensualidad tímbrica. Si los más austeros y radicales Cuatro Estudios de ritmo (1949-50) -y en particular el segundo, Modo de valores y de intensidades- le aseguran el respeto de los jóvenes vanguardistas de Darmstadt, el mastodóntico Catálogo de pájaros (1956-58) supone la culminación de sus investigaciones ornitológicas y la presencia de cantos de setenta y siete especies de pájaros a lo largo de sus trece piezas, a las que se suma en 1970 otra página fascinante: La Fauvette des jardins.

La sensualidad y refinamiento tímbrico de su orquestación, permeable a las suntuosas sonoridades de Extremo Oriente, brilla en obras capitales como la Sinfonía «Turangalîla» (su mayor éxito), Pájaros exóticos, la compleja Cronocromía, Et exspecto resurrectionem mortuorum, De los cañones a las estrellas? o la postrera Relámpagos sobre el Más allá, resumen -junto a su ópera San Francisco de Asís- de su inimitable e inmediatamente reconocible ideario estético.





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