Vuelve el héroe de los escombros: Una nueva traducción se atreve con esa fortaleza inexpugnable que son los ‘Cantos’ de Ezra Pound


 

 Por Edgardo Dobry

 

 

Los primeros Cantos se publicaron en 1925; Pound (1885-1972) trabajó durante el resto de su vida en ese libro imposible de terminar. Se construía sobre un infinito detritus de poesía universal, que se remontaba a Homero y pasaba por Propercio, Ovidio, Dante y los trovadores, las epopeyas europeas medievales y la poesía china, y a Browning y Yeats, entre otras muchas fuentes literales o indirectas. Después de una quincena de sucesivas entregas acumulativas, la edición definitiva, publicada póstumamente en 1996 (y referencia de esta nueva versión en castellano), alcanzó casi las 1.000 páginas. Nacido en Idaho e instalado desde muy joven en Europa —primero en Londres, después en Italia—, Pound fue una de las más imponentes representaciones del poeta que saquea la literatura universal como un catálogo de esplendores simultáneos: “El provincianismo temporal es tan condenable como el espacial”, escribió. En fecha tan temprana como 1922, Edmund Wilson lo percibió con nitidez: “Estados Unidos no puede proporcionar a Pound el tipo de sociedad ni de tradición que necesita (…) pero Europa, de la que nunca ha formado parte, no puede proporcionársela tampoco”. Ese desacomodo es, a la vez, causa y consecuencia del penoso papel que Pound iba a representar durante los años de la Segunda Guerra Mundial y los siguientes: se adhirió al Eje, ensalzó a Mussolini y, después, fue juzgado y encarcelado por sus compatriotas, primero en Italia (durante ese cautiverio escribió los ‘Cantos pisanos’, que este volumen incluye) y, ya en Estados Unidos, en un manicomio durante cerca de 12 años.

Lo unió a su gran aliado, T. S. Eliot, esa nostalgia por un mundo del pasado y, acaso, del futuro, pero no del denostado presente. Octavio Paz escribió, lúcidamente, que Eliot era un conservador (“Reverendo Eliot”, lo llama Pound en el ‘Canto XLVI’) mientras que el autor de los Cantos era un reaccionario: “Pound acumula las citas con un aire heroico de saqueador de tumbas; los Cantos son una actualización en términos modernos de épocas, nombres y obras ejemplares”. Pound creía que en la época de los paladines y los trovadores la civilización alcanzó su cumbre antes de caer en la degradación del capitalismo. El ‘Canto XXV’, uno de los más explícitos sobre esa ideología, es un encendido alegato contra la usura. De allí a dejarse llevar por los discursos sobre el regreso del hombre fuerte, el rechazo de las debilidades modernas y el abrazo de las tradiciones ancestrales había un paso; de la impugnación de la “usura” a la caricatura antisemita había otro, y Pound dio ambos sin muchos miramientos. También en esto Eliot fue su cómplice; basta echar una ojeada a ese libelo que publicó en plena guerra, Idea de una sociedad cristiana (1942).

Como La tierra baldía, los Cantos son un collage de citas de distintas épocas, lenguas y géneros; solo que el poema de Eliot es una miniatura de poco más de 400 versos, en tanto que el libro de Pound es un proliferante troquel de insaciable erudición universal —tan americano, en esto, como Borges, Lezama Lima o Haroldo de Campos—. Es curioso que haya sido Pound el que corrigió y abrevió La tierra baldía, lo que le valió, por parte de Eliot, el ser elevado a il miglior fabbro, el mejor artesano “del habla materna”, el elogio que Dante había dedicado a Arnaut Daniel seis siglos antes. En su propio poema, la economía es un concepto inoperante. Un ejemplo, al azar: el ‘Canto VI’ tiene reminiscencias de la Odisea, la Divina comedia, el trovador Guillermo de Poitiers (abuelo de Leonor de Aquitania, protagonista del canto siguiente) y las crónicas provenzales del siglo XII. Contiene citas, sin traducir, de Arnaut Daniel (cuyas sextinas Pound había imitado en Personae, su libro anterior) y de Bernart de Ventadorn, y buena parte de los versos están entrecomillados, como declaración de que lo original es su disposición, no su escritura. De allí que los Cantos sean todavía hoy objeto de debate filológico y que la mayoría de las ediciones se vean aumentadas por las anotaciones. La de Javier Coy, en Cátedra, en tres volúmenes, llevaba un resumen de las fuentes en el encabezamiento de cada canto y numerosas notas al pie aclarando el sentido de los versos más oscuros o engastados de palabras en lenguas diversas. Esa edición rescataba la traducción de José Vázquez Amaral, la primera de los Cantares completos, publicada en México en 1975. Hay, además, numerosas traducciones parciales, entre las que destaca la de los nicaragüenses Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal (Visor, 1979).

En la presente edición, Jan de Jager prescinde de introducciones, notas y explicaciones. Declara en el breve prólogo: “Lo mínimo que se merece Pound es traducirlo como él mismo proclama que se debe traducir. Es decir: apropiarse de la obra, hacerla un poema por derecho propio, en otro idioma”. Pero la decisión tiene menos que ver con lo que la obra “se merece” que con la estrategia del traductor: identificarse con el poeta e intentar un ejercicio semejante del que él hiciera en su célebre Homenaje a Sexto Propercio o con los poemas chinos de Cathay. Como el libro no trae el texto original (eso hubiera imposibilitado la publicación en un solo volumen), la traducción invita a ser leída como una creación en sí misma. De Jager parte de la convicción de que no hay versión definitiva (“cada generación vuelve a traducir a los clásicos”, dice) y propone la suya como un nuevo experimento de aproximación a una fortaleza inexpugnable. Es consolador, en ese aspecto, el breve prólogo de Giorgio Agamben: dice que las ediciones anotadas no vuelven el libro más comprensible; por el contrario, el lector “está ahora en condiciones de apreciar plenamente el sinsentido”.

 

https://elpais.com/cultura/2019/01/17/babelia/1547742705_606506.html

 

 

Comentarios

Entradas populares