«Hay belleza en los objetos, incluso en los del 'todo a cien', que son una mina»

NATIVIDAD PULIDO / MADRID




Es uno de los fotógrafos más interesantes del panorama español. Sus imágenes, elegantes, poéticas, evocadoras, cotizan al alza. Tenemos una cita con Chema Madoz en su estudio de Galapagar, que se halla a caballo entre una chamarilería, un gabinete de ciencias naturales e, incluso, hay quien lo ve, y no le falta razón, como los restos de un naufragio: hay objetos -posibles e imposibles- por todos los rincones. Se cuela durante la conversación una visita inesperada: una mosca que no para de incordiar. Madoz saca una raqueta de tenis. ¿Piensa matarla a golpes de revés o de derecha? Cuál es nuestra sorpresa cuando comprobamos que la mosca muere electrizada. Es un souvenir que trajo de Brasil. Más de tres centenares de sus imágenes, realizadas desde los años 90, conforman el primer volumen de la colección «Obras Maestras», que La Fábrica dedica a los fotógrafos más destacados -el segundo libro en ver la luz ha sido el de Català-Roca- y cuelgan en la galería Moriarty de Madrid (calle Libertad, 22) algunos de sus últimos trabajos, relacionados todos con la música.

-Dice el fotógrafo Duane Michals que usted debe ser el hijo nonato de Borges. No hubiera estado mal...
-No se lo diré a mi madre... Nos conocimos en Madrid hace años. Borges no es mala comparación, en absoluto. A mí siempre me ha parecido que hay cierta relación. No es literal, pero sí en cuanto a esos universos imaginarios, imposibles...
-Y siguiendo con Michals, afirma que usted observa el mundo bocabajo y del revés. ¿Le parece una acertada definición?
-Supongo que hay una mirada transversal, desacostumbrada, que puede dar pie a esos juegos o comentarios.
-¿Cómo es su idilio con los objetos? ¿Un flechazo? ¿Una relación de largo recorrido?
-Las dos cosas. En ocasiones funciona una especie de arrebato y otras veces es mucho más reposado. Son cosas que encuentras, en las que intuyes que puedes trabajar con ellas... pero no siempre sale.
-¿Alguna vez se le ha resistido algún objeto?
-Ha habido algunos objetos de los que he sido incapaz de sacar nada, al menos de momento. Los hay que resultan más atractivos o sugerentes y otros que cuesta más.
-¿Los guarda por sentimentalismo o por si los vuelve a usar?
-Suelo guardarlos porque muchos se pueden reutilizar: están almacenados como material de trabajo más que como obra acabada.
-Hay objetos que se convierten en musas, que siempre van y vuelven en su trabajo: libros, mariposas, gotas de agua...
-Supongo que son objetos que, por sus posibilidades o la relación que puedes establecer, siempre es más fácil trabajar con ellos. Por ejemplo, un libro. Siempre tienes la sensación de que hay algo que se te escurre entre los dedos y te invita a revisitarlo, a volver a él. Ahí tengo varios libros, a ver qué sale...
-¿No es tan cerrado como otros objetos?
-Tiene una carga simbólica tan fuerte, encierra tantos mundos que, por mucho que quieras hacer, es imposible abarcarlo todo. Tiene la energía y la capacidad suficiente para erigirse en tema central.
-Dicen que el estudio de un artista es la prolongación de su trabajo. ¿Concibe el suyo como un laboratorio de ideas?
-Es más cercano a la idea de taller. Es el espacio que yo aprovecho para resolver la mayoría de las imágenes: aquí se elaboran, se montan, se fotografían... Siempre me ha parecido que tiene poco de estudio fotográfico, prácticamente nada, si quitamos el trípode y la cámara.
-Es usted un fotógrafo un tanto «sui generis»...
-Recuerdo que cuando empecé apenas tenía la posibilidad de adquirir un equipo e intenté darle la vuelta: convertir esa precariedad en virtud, en modo de trabajar. Lo que me interesaba era hacer hincapié en el lenguaje con el que podías hacer estas pequeñas construcciones.
-Sus puestas en escena, ¿son tan sencillas como parecen?
-Son muy elementales, simples y sencillas. Quizá la idea que puede haber de limpieza y belleza viene más en ese sentido. A lo mejor es más evidente en los últimos años, en los que el propio objeto se convierte en una especie de grafismo, en una forma que está ahí casi suspendida. Hay belleza en los objetos, también en los más elementales y sencillos. Muchos son del «todo a cien», muy humildes y baratos. Son una mina.
-Usted eleva esos objetos humildes a la categoría de arte.
-Sí, pero es algo que va implícito en el propio objeto. Una cerilla, por ejemplo. Puedes jugar con conceptos de vida, de algo que se consume, el aspecto gráfico que deja...
-Sí, pero la cerilla está ahí y no todos ven lo que usted.
-No sé hasta qué punto es así. Cuando un espectador se planta ante una imagen se encuentra ante algo que llega a intuir como propio, que en algún momento no ha llegado a definir en su cabeza, pero que reconoce que estaba ahí latente. Quizá mi trabajo sea ése: fijarlo, montar esa escena, que hace que luego se reconozca algo que estaba ahí de forma ambigua, abstracta... Al principio yo no sabía muy bien cómo trabajar con los objetos, qué podía contar con ellos.
-Al parecer, todo comenzó en 1990 con una escalera apoyada en un espejo. Le debe mucho a aquel hombre limpiando el escaparate de una tienda...
-Fue una de las primeras imágenes que realicé con objetos, pero no la primera: el agujero de una llave transformado en una cerradura hizo de detonante; llegar a la conclusión de cómo esa cerradura y esa llave (dos elementos que se reclaman, uno necesita al otro para tener sentido) estaban medio implícitos, sugeridos, en el propio elemento. A partir de ahí me puse a investigar sobre los propios objetos. La foto de la escalera y el espejo fue muy definitiva en su momento, porque reunía todas estas ideas de la metáfora, la paradoja... Hay un cierto regusto literario en ello, alusiones fácilmente rastreables y que estaban presentes en esa imagen.
-¿Cuánto tiene su trabajo de lúdico, de juego?
-Forma parte del propio proceso de trabajo. Siempre me ha parecido que el juego es algo interesante. Es la manera que tenemos de aprender y relacionarnos con el mundo.
-¿Y de surrealista? Nada es lo que parece, como en las obras de Buñuel, Dalí o Magritte.
-Reconozco que hay algo. Al final me reconozco más en la abundancia de etiquetas. Hay muchas influencias en mi trabajo. Hay una componente surrealista, pero yo no me definiría como un fotógrafo o un artista surrealista. Hay más influencias: poesía visual, lo conceptual. Casi me reconozco más en ese batiburrillo.
-¿Cómo surgen sus juegos de asociaciones? ¿Se sueñan?
-Sueños... no. Ya me gustaría levantarme con el trabajo hecho. No recuerdo si he solucionado alguna foto de esa manera. Más que imágenes oníricas son de duermevela, donde confluyen dos mundos: no sabes si estás en el de los sueños o en el de la realidad. Hay una cierta incertidumbre en ellas.
-¿Y cómo es el proceso de manipulación de los objetos?
-Los hay que necesitan ser manipulados para poder relacionarse uno con otro y poder construir esa imagen como la has imaginado. En otros casos creo objetos, como un cactus hecho de alambre de espino. Es una mezcla de territorios y lenguajes. Para algunos siempre estoy trabajando con lo mismo, pero desde mi perspectiva es distinto. Estoy convencido de que si presentara los objetos en vez de las fotografías daría una dimensión del trabajo completamente distinta. La fotografía les da un punto muy homogéneo a esas manipulaciones. Cada vez que hago una foto tengo la sensación de que parto de cero: me entrego a manipulaciones que no sé manejar.
-¿Qué tal se lleva con las nuevas tecnologías?
-Con un trípode y una cámara hago casi todo el trabajo. A veces, en mis últimas imágenes, he echado mano de algún recurso digital, pero siempre poniendo en evidencia que se ha solucionado digitalmente por la imposibilidad de la imagen. Salta a la vista. Todos los objetos están manipulados, pero todo queda a la vista del espectador.
-Las personas no tienen cabida en sus fotos. No aparecen, pero están implícitas.
-Los objetos están creados para servirnos en todo lo que necesitamos. Y eso dota al objeto de un aura muy especial: hablamos de las personas que han creado esos elementos. Lo entiendo más como un recurso formal que un desinterés por la persona.








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